lunes, 4 de abril de 2011

Nota diario el País.

Espectáculos

Pepe Vázquez

"Yo no quiero que me agarre la noche"

El actor Pepe Vázquez se retira de la Comedia Nacional, dando hoy su última función en la sala mayor del Teatro Solís. Seis años en filas de la compañía municipal fueron para este gran actor la culminación de una amplia experiencia sobre las tablas, que abarcó los más variados escenarios, públicos y circunstancias históricas. Esta noche Pepe Vázquez sube a escena para dar la última función de El enfermo imaginario, en el Solís, actuación con la que se despide del elenco oficial. Con una vida dedicada al teatro a sus espaldas, pero también con varios proyectos hacia adelante, el intérprete habló con El País sobre la Comedia Nacional, sus logros y limitaciones, repasando más de medio siglo de carrera.

CARLOS REYES
-¿Qué lo lleva a retirarse? 


 
-Tengo 71 años, y a los 70 obligatoriamente te tenés que ir, jubilarte. Es por una ley nacional, con la que en general no estamos muy de acuerdo, porque hay profesiones, que si tu cabeza está bien, es hasta saludable seguir. En las películas se ve que los actores viejos que están bien de salud, están trabajando y muy bien. ¡Y cuánto mejor es ver que el papel de un viejo lo hace un viejo, y no un joven con las canas pintadas!

-Como que esa normativa no se adecúa con el arte...

-Claro, algún día alguien tendrá que iniciar una discusión sobre ese tema y hacerle una modificación a la ley para los casos de algunas profesiones: Pablo Casals siguió tocando el cello hasta quién sabe qué edad. Y acá, a Maruja Santullo, luego de hacer el papel de Hécuba en Las Troyanas, la jubilaron, y al año se nos murió. Y estaba maravillosa en ese papel.

-¿Qué balance hace de su estadía en la Comedia?

-Estuve seis años y la pasé muy bien, me voy solo con buenos recuerdos. Hay una leyenda, que si entrás a la Comedia te volvés loco, la habrás oído. Yo creo que se vuelve loco el que se quiere volver loco. Como en cualquier colectivo humano, la convivencia no es fácil, pero se sale perfectamente adelante. Trabajé con mucha alegría, y tengo algunos espectáculos de los que me llevo un recuerdo imborrable.

-¿No tuvo posibilidad de solicitar una prórroga de un año?

-Se me ofreció prorrogar un año más, pero no quise. O sea, a mí se me había dado una prórroga, que yo había solicitado, cuando Imilce se enfermó. En ese momento me preocupó no tener el soporte económico de la Comedia, y sí estuve todo el 2010 en la compañía. Y ahora, la dirección artística me ofreció hacer nuevamente esa gestión, pero la verdad es que estoy cansado. El régimen de trabajo de la Comedia, con tres obras por año, cuando ya tenés 71 años, es mucho, aunque pareciera que no.

-¿Qué trabajos le dejaron mejores recuerdos?

-Uno de ellos fue El viento entre los álamos. Todavía con Julio Calcagno soñamos con esperar que Jorge Bolani tenga 70 años y se tenga que ir de la Comedia, para volver a hacerla. Porque es de esas obras que cuanto más viejo estás, mejor estás para hacerla. También El gran día, de Jean Luc Lagarce, que dirigió Héctor Manuel Vidal en el foyer del Solís. Fue un montaje dificilísimo, actuando entre el público, que exigió mucha coordinación.

-¿Y "Cuartito azul"?

-La pasamos muy bien. Tengo que confesar que tenía algún prejuicio de trabajar con Mariana Percovich, porque a mí no me gustó nada su versión de Bodas de sangre, y tenía miedo que me pusieran un camisón, o algo raro. No lo hubiera hecho. Pero nada de eso pasó, y debo reconocer que trabajé con una directora muy segura de lo que quería, que planificaba, ensayábamos mucho, cuatro o cinco horas diarias. Ella supo generar un ambiente seriamente festivo: empezábamos los ensayos con un bailongo, y para los que no sabían bailar tango, iba una maestra que les enseñaba. Y estábamos 40 minutos bailando, y después empezábamos a ensayar. Dimos 30 funciones, a sala llena, y luego hubo que bajarla de cartel.

-Todo un tema ese de bajar obras a sala llena...

-A mí me dio lástima, lástima y bronca. No sé cómo se soluciona: ese es un gran tema de debate. La razón aparece por el hecho de que la Comedia tiene que cumplir con una cantidad de obras al año. El reglamento obliga a eso, entonces, hay que bajar o bajar las obras, porque hay que subir otras. Personalmente discrepo con eso, creo que no debería ser así, que ese reglamento es un arma de doble filo. Pero hay que cumplir con toda la programación, tramo por tramo, y seguir. Yo me pregunto, ¿qué pasaría en la cabeza de la gente, si nos quedáramos un año o dos haciendo Cuartito azul, con todo ese equipo de actores? ¿Qué diría la gente? `Estos se ganan el sueldo haciendo eso y nada más. ¿Qué hacen durante el día?` ¿Entendés?

-Acostumbrado a trabajar en el teatro independiente, estos años en la Comedia le habrán significado un gran cambio...

-Estos seis años fueron un paraíso: me dediqué nada más que a hacer los papeles, no me tuve que preocupar de más nada. Aunque por suerte, el elenco tiene una participación importante en el destino artístico de lo que se hace. Porque a través del consejo artístico, se decide el repertorio y se tratan los problemas que hay en el grupo. El elenco tiene una gran participación, que se ha conseguido a lo largo de muchos años de lucha. Pero por otro lado, yo extrañaba decidir personalmente lo que iba a hacer. Más allá de que en general estuve de acuerdo con las cosas que me tocó hacer, hubo algunas obras que yo, fuera de la Comedia, no las hubiera elegido. Aunque no dejaba de ser un repertorio serio, y siempre con una puesta en escena con compromiso y trabajo.

-¿Cómo ve el teatro uruguayo hoy?
 
-Creo que hay un exceso de oferta en materia del teatro independiente, se hacen una cantidad de espectáculos, y en muchos los actores toman responsabilidades que les quedan grandes. Eso, en los años en que me tocó formarme como actor, no pasaba. Había un criterio más exigente en la formación de los actores.

-¿Y el público?

-El público de acá es un público duro. Me acuerdo que cuando llevamos Sueño de una noche de verano, con Club de Teatro, a Buenos Aires, el público aplaudía en la mitad del espectáculo, y acá, el mismo éxito, lograba un aplauso al final del espectáculo. El público argentino es hiperestimulante, cuando un espectáculo le gusta, lo manifiesta sin reservas.

-¿Cómo sigue ahora su carrera?

-Bueno, en los dos últimos años, sabiendo la situación que me venía, me preocupé mucho de armar proyectos de trabajo, de hacerle saber a la gente que estaba a la orden, porque yo no quiero que me agarre la noche. Y estoy ensayando, para estrenar en mayo, un espectáculo escrito por un joven autor y director, Sebastián Barrios. La obra se llama El capricho de mi madre, y aunque no tenemos nada de dinero, comparado con la Comedia, también lo estamos encarando de un modo muy profesional. Porque lo profesional no tiene tanto que ver con vivir del teatro, sino más bien en vivir para el teatro. Así lo encaramos siempre con Imilce: fue un desafío el tener que planificar espectáculos, donde siempre teníamos que pensar en la boletería, y a la vez en el planteo estético. Eso era lo apasionante del riesgo.

-Pero antes se va por la puerta grande, con un Molière en el escenario mayor del Solís...

-Sí, me he divertido mucho haciendo El enfermo imaginario, aunque no fue muy bien recibida por la prensa, creo que ha sido como muy enjuiciada la puesta, por la mirada del director. Pero Molière es un autor que funciona tanto, y el juego que él inventa es tan directo, y los mecanismos del humor con los que juega son tan puros, que el público estalla en carcajadas.

La historia de una aventura que marcó la vida del Pepe Vázquez

Pepe Vázquez se inició profesionalmente en Cuba, en los años de la revolución. "Hacia 1959 viví el deslumbramiento de una revolución en la que no hablaban en ruso, sino en nuestro idioma, y con tipos jovencitos. Había un clima muy fermental, y saqué un pasaje de entrada y salida a Cuba, como turista. En ese momento se estaba formando un grupo de teatro que se llamaba Brigadas de teatro, para llevar teatro al campo. Y yo di una prueba, con un monólogo de Chejov, y me contrataron. Viajábamos con dos camiones, uno con los actores, y otro con los decorados y un tablado. Hacíamos funciones para los campesinos: fue la época de los grandes sueños. Ahí yo me hice profesional, no concebía el trabajo del actor de otra manera", relata el intérprete.
"Teníamos funciones de martes a domingos, todos los días en el campo. Cenábamos en el teatro, a las seis y media de la tarde, y luego nos subíamos a los camiones y nos íbamos a representar, al campo, a la montaña. Y volvíamos a las tres o cuatro de la mañana. Y al otro día nos levantábamos e íbamos al teatro, donde nos daban clases, y luego ensayábamos. Realmente nos ganábamos el sueldo. Trabajábamos mucho: estuve como cuatro años, y volví con una cabeza muy cambiada al Uruguay. No concebía el trabajo de otra manera, y me fue muy difícil aceptar las reglas de juego del teatro independiente", recuerda Vázquez medio siglo después.

Tres recuerdos olimareños

"Esta historia empezó desde muy chiquito, en mi ciudad natal, Treinta y Tres: me imaginaba que era el hijo de Johnny Weissmuller. Eran épocas en las que vivir era una fiesta, y más en el Interior, nadie te robaba por la calle, las casas de puertas abiertas, jugábamos en los jardines de las casas. Hacía de Tarzán, del hijo de Tarzán, y siempre con dificultades físicas, porque siempre fui gordito, y mientras todos se subían a los árboles con facilidad, cuando yo terminaba de subir, los otros ya se estaban bajando. Tuve una infancia muy feliz".
"Me acuerdo que Treinta y Tres recibía las visitas asiduas de la Comedia Nacional, del ballet del Sodre. El primer espectáculo que vi era de Juan Casanova, la compañía de radioteatro, sobre Dionisio Díaz. Y cuando la Comedia Nacional fue con "Bodas de sangre", con Margarita Xirgu, a mí no me la dejaron ver porque era para mayores de 12 años, y tenía escenas de violencia, por los cuchillos".
"Un primo hermano mío, Cristino Da Rosa, hermano del escritor, había fundado un grupo de teatro experimental de Treinta y Tres. Hicieron una sala chiquita, y ahí fui apuntador, porque como un gordito manzana (tenía un cuerpo enorme, pero cara de nene), entonces no se me creía mucho en escena. Hacía unos papeles chicos: en obra de Moratín, "La comedia nueva" o "El café", ahí entraba yo con el café en una bandeja que tenía unos bordes. Y el día del estreno (y de la única función que se hacía) se me cayó todo el café adentro. Me acuerdo que los platillos tambaleaban".
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